sábado, 16 de febrero de 2008


Este es el primer día de su vida, 12 de Abril de 1999, hoy se han abierto las cortinas, las ventanas y todas las puertas; el polvo ha caído y resbalado por el balcón sumiéndose en lo ancho del jardín. Las hojas de los árboles bailan al compás del sonido del viento y crecen las primeras flores de abril.
Sam mira la pared de su habitación detenidamente, se para en la textura rugosa, en el color amarillento, en cómo su pared, se desgasta y se seca; piensa que desearía guardarla, bien doblada, en una caja de madera lentamente para no herirla. Sam tiene 10 años. No va a la escuela porque su madre, Julia, le enseña en casa ya que no le permite estar fuera de allí y así ella, cada tarde, observa lo especial que es su hijo. Sin embargo, este año le ha regalado una ventana, desde ella Sam observa el mundo que lo rodea, ve montañas, ve luces, ve aviones, ve toda clase de detalles que ninguna otra persona podría captar de su entorno, ve el polvo del aire, insectos minúsculos, pedacitos de hojas, de papeles, de carteles, de revistas, de periódicos; pasa horas a su lado, por las noches mira la oscuridad del cielo, las estrellas, los puntos de luz lejanos casi invisibles; apenas duerme, apenas habla, pero ahora dibuja más que nunca, crea espacios, lugares inexistentes, fantasías que niños de su edad no tienen, horizontes infinitos y colores, muchos colores.
Es un niño feliz.
La mañana del 12 de Abril de 1994, la madre de Sam se despertó muy enferma, su dulce cara había recaído, le pesaba su cuerpo, sus manos flaqueaban, su frente ardía. Sam, sentado a su lado gran parte del tiempo, observaba cada uno de los detalles que habían cambiado en el rostro de su madre, desde sus labios resecos, hasta su débil pelo. Supo, aunque con 10 años, como un experto, que ella necesitaría, más que nunca, de sus cuidados y atenciones. Llegada la tarde, Sam se encontraba en la cocina cuando, muy a lo lejos, allí en la habitación, su madre, entre sueños, empezó a susurrar; mientras dormía por su boca salían palabras sueltas, palabras sin más significados del que ya poseen, burdas y a la vez ligeras palabras. Julia se despertó abrumada, abrió los ojos y antes de girarse comenzó a llorar, sorprendido se hallaba Sam al costado de la cama que la observaba como completa desconocida, ya que la figura que su madre había impuesto de si misma en la casa se rompía totalmente con la imagen que su hijo tenía ante sus ojos. Cuando ella se dio vuelta y lo miró fijamente a la cara, la mirada de Sam se posó sólo y únicamente en sus lágrimas, no entendía lo que estaba viendo, no daba crédito a lo que miraba; lentamente se acercó estirando su mano hasta la mejilla de su madre y con la yema de sus dedos rozó, por fin, aquel diminuto pedazo de agua, que sin explicación, brotaba por los ojos de ella. Mientras las pequeñas gotas se deslizaban por sus dedos, Sam las observaba desde muy cerca y, antes de que se secaran por completo, el pequeño con su boca las absorbió. Ahí estaba, ahí se encontraba, ese sentimiento era el que su madre llevaba dentro, desde su boca pudo sentir el amargo sabor de la rutina, la invisible soledad, el dolor de estar vacía, la tristeza acumulada detrás de una máscara…
Supo Sam, poco a poco y detenidamente, saborear desde las lágrimas cada pedacito de lo que su madre llevaba dentro y así, con el tiempo, mientras la vida de ella se escapaba entre las sábanas, el pequeño Sam en delicados frasquitos guardaba las lágrimas de su madre, quien, sin cuestionarse nada de lo que su hijo hacía, vivía sin vivir, contenta, por su continua compañía. La tristeza de Sam fue desapareciendo al comprobar que el cuerpo de su buena madre se llenaba de paz y que aquellos crueles sentimientos que la invadían, día tras día, se dispersaban. Cuatro años más tarde, la noche del 20 de Noviembre de 1998, cansada y moribunda, la vida de Julia abandona la habitación, dejando a su hijo, que meses antes, cumplía los 14.
Incontables fueron los días y las noches que en aquella casa reinó el silencio, Sam, sentado en un rincón, sólo y abandonado, observaba como las lágrimas se evaporaban de los frasquitos, que, situados uno al lado del otro, se tambaleaban sobre una mesa, pero aunque las lágrimas se extinguieran no vaciaban sus envases y tal era la tristeza que contenían dentro que, llegada la primavera de 1999, una ráfaga de viento entró por la ventana y todos los frasquitos cayeron al suelo, destrozando, así, su fino cristal. Las paredes se estremecieron, crujieron los rincones de aquel hogar, el dolor se expandió por los pasillos, tembló el suelo, el techo empezó a desvanecerse y un montón de polvo llenó la casa. Se abrieron las ventanas, las cortinas y todas las puertas, dejando a Sam, que jamás había salido de casa, en medio de un mundo que no conocía; fueron casi horas las que se quedó mirando de un lado hacia otro y observando su hogar totalmente destrozado. Ante tal estruendo, los vecinos se acercaron y se quedaron plasmados viendo la escena.
Éste es el primer día de su vida, 12 de Abril de 1999, hoy Sam ha comenzado a caminar.

Posted by dicho por infinita en 15:53
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